Nunca he conseguido hablar seriamente con mi hermano Groucho, pero aquella tarde reunía las condiciones necesarias para lograrlo. Groucho, con ayuda de Chico, acababa de vender un paquete de acciones basura de una compañía de Wisconsin dedicada a fabricar pienso para cretinos partiendo de los huesos de aceituna rellena. Teniendo en cuenta que la única bolsa que él manejaba con destreza era la de palomitas de maíz, podríamos tachar el éxito como pura casualidad, aunque, a la vista del notable incremento de consumidores, no es de extrañar esa carambola. Y lo estaban celebrando: Chico, Groucho y su enfermera, una provinciana del sur de Arkansas llamada Susy; pecosa y pelirroja con trencitas a lo Judy Garland en «El Mago de Oz» y atributos necesarios para paliar la necesidad vital de mi hermano. Así que, me armé de valor y caminé hacia la mesa con cara de melón apepinado.
– Vaya, vaya… si es Harpo, el de la maletita con televisión… Acércate, vamos… siéntate con nosotros y tómate una tacita de caldo de avestruz, que fortalece las cuerdas vocales.
– Gracias Julius… verás, estoy haciendo una encuesta para el Reader’s Digest; la mejor respuesta a mi pregunta gana un viaje a las cataratas del Niágara con salto en parapente incluido… ¿te apuntas?
– He perdido la memoria, pero no creo que esté por allí… de todos modos, dale… ¡suelta la gallina!
– ¿Qué es el amor, Julius?
– Me lo temía…. esperaba este dardo envenenado, Cupido con bocina…. ¡Oh!, el amor… es un manjar tan exquisito… Ultimamente lo tomaba con col hervida y salsa de patata de Oregón… mmm… ¡delicioso! El amor empieza en la boca, sigue en las manos, se agudiza en la lengua y termina en la entrepierna… vamos a dejarlo allí no sea que se nos caigan los pantalones. Lo malo de este plato es que a veces se indigesta, y ahí no valen Pep-Cids ni Almax-Fortes. Hay personas a quienes les duran años los ardores. Eso sería un buen negocio, ¿verdad Chico?, unas pastillitas con sabor a pimiento de maceta contra la gastroenteritis amorosa. Nos forraríamos, seguro.
– ¿Es qué nunca puedes hablar en serio, Julius?
– En mi vida he hablado tan en serio. Siempre has sido un chico inocente, Arthur, no te enteras de nada. En lugar de tener hijos, adoptaste cuatro. Con eso queda dicho todo. Lo repito, el amor es bocatta di cardinale. ¿Acaso no recuerdas, cuando éramos niños, aquellos mozalbetes en Yorkville que cuando pasaba la dependienta de la pastelería de la esquina contoneándose gritaban… «Vaya pechuga… que buena está… le comería hasta los huesos…» ¿Queda claro, o has perdido la memoria ?, ¿te lo digo con acento francés?… ¡voilá!… l’amourtadelle, l’amourcille…¿vous compré pas, messieur? C’est si bon… tra-la-li-ro- la-la…
– Vamos, Julius, te estás pasando… no me digas que nunca te has enamorado…
– Todos hemos tropezado con este tronco alguna vez en la vida, hasta el mismísimo Pato Donald. Eso no tiene mérito alguno… Cuando era jovencito solía enamorarme de las madres de mis amigos, por eso acudí a un psicólogo. Después de un largo tratamiento -que por cierto pagué huyendo con su secretaria- el médico consiguió desviar mis intenciones hacia sus hermanas; gremio menos nocivo para la salud. Pero crecí… con la madurez y el bigote mis apetencias se encaminaron hacia las esposas, lo cual era indecente además de peligroso, especialmente si los maridos eran más altos y fuertes que este Romeo venido a menos, cosa nada difícil. De ahí partió la idea básica para la película «El Graduado», pero no lo publiques… es un secreto muy bien guardado. Al final senté cabeza y me enamoré de mi mujer. Era lo más usual en aquellos tiempos. La tenía siempre a tiro de piedra, o mejor dicho, a golpe de mano en el trasero. Aunque a partir de los sesenta cambiaron mis sentimientos. Mi último amor fue un cheque de cien mil pavos… tristemente duró poco, ya que al día siguiente lo fui a cobrar al Banco. Actualmente estoy enamorado de Santa Rita, Rita… pero no la encuentro, ¿no me la habrás quitado tu, Arthur?
– ¿Te refieres a Rita Hayworth?… Válgame Dios, no sueltes más sandeces. Eres un impresentable… ¿qué pensarán mis lectores?
– Dios no te vale y tus lectores no piensan, muchacho, no le des más vueltas. ¿A quién se le ocurre poner como cuestión el amor? Como si no hubiera cosas más importantes en la vida: las chicas, los chuletones, una navidad sin pavo, la quinta carrera en Cincinatti, el disco póstumo de Al Jolson, un domingo sin resaca, A rainy day in Georgia, un buen abogado si tienes juicios pendientes, un político inteligente… ¿dónde estarán mis gafas?… Amor… ¡vaya chorrada!
– Vamos a dejarlo… no creo que ganes premio alguno con la sarta de estupideces que acabas de soltar. Groucho ha podido contigo, Julius.
– Harpo, Harpo…Mis explicaciones han sido muy coherentes, sólo falta entenderlas. Reconoce que siempre has llegado tarde al turrón, pero confío en tus lectores aunque no deba hacerlo, ¿quién puede leer una revista que te fiche a ti como reportero? Mira… haz una cosa: léete esto ciento cuarenta y dos veces, hasta que lo memorices, y si pasas el examen teórico te presto a Susy para una prueba práctica. ¡Hala!… vamos a ver si apruebas y te sacas de una vez el carnet de conducir yeguas a la primera, que falta te hace…
– Menos mal que la entrevista iba en serio…
– ¿Fin de la primera parte?… Perdona… un momento por favor… HAY PIPAS, ALTRAMUCES, CACAHUETES. CASTAÑAS PILONGAS, PALOMITAS… ¡EL BAR DEL VESTIBULO ESTA ABIERTO!… NO ESCUPAN NI ORINEN EN EL SUELO… NO TIREN LAS CASCARAS AL COGOTE DEL CALVO DE ENFRENTE…. ¡GRACIAS¡ ¿Empiezo con el segundo acto, Arthur?… ánimo, dame la entrada que hago el sólo de flauta, aunque eso entra ya en el narcisismo….
– Mejor dejarlo así, Groucho, has graznado lo suficiente.
Por Harpo, desde el más allá.
Texto publicado a finales del siglo XX en la famosa página, allende los mares, de EL CLUB de Menorca en www.go.to/elclub (actualmente gotoelclub.com y/o canalmenorca.com)